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130 Frases y párrafos de "La Rebelión de Atlas de Ayn Rand".

Estas son las frases y párrafos que me parecieron más importantes de este maravilloso libro, y que resumen en parte, la filosofía del objetivismo.

1.—No me gusta lo que le ocurre a la gente, Miss Taggart. 

—¿A qué se refiere? —No lo sé. Pero llevo veinte años de observación continua y he notado el cambio. Antes pasaban por aquí a toda prisa. Resultaba admirable verles. Su prisa era la de quienes saben adónde van y sienten impaciencia por llegar. En cambio ahora su apresuramiento tiene otro motivo: el miedo. No los empuja ningún propósito, sino tan sólo el miedo. No van a ningún sitio; escapan. No se miran entre sí y sufren un sobresalto al ser tocados por otro. Sonríen a cada instante, pero con sonrisa que nada tiene de agradable; que no expresa alegría, sino que suplica. No sé qué le está ocurriendo al mundo.

2. Nada puede conferir valor moral a la destrucción de los mejores. No se nos puede castigar por ser buenos. No se pueden imponer sanciones a quien tiene inteligencia y deseos de trabajar. Si así ha de ocurrir, valdría más que empezáramos a matarnos unos a otros, puesto que ya no existe derecho en el mundo.

3. Se preguntó cuáles iban a ser las armas a esgrimir en un ambiente donde la razón había cesado de constituir arma alguna.

4. —¿De modo que usted cree que el dinero es el origen de todo mal? —preguntó—. ¿Ha reflexionado alguna vez en cuál es el origen del dinero? El dinero es sólo un instrumento de cambio, que no podría existir si no se produjeran géneros ni hubiera hombres capaces de crearlos. El dinero es la forma material de ese principio, según el cual quienes deseen tratar con otros, han de hacerlo por el comercio, entregando valor por valor. El dinero no es el instrumento de los plañideros, que solicitan productos con lágrimas, ni de los saqueadores que los arrebatan por la fuerza. El dinero sólo es posible gracias a quienes producen. ¿Es eso lo que usted considera culpable?

5.  -El hombre honrado es aquel que comprende que no puede
consumir más de lo que ha producido

6. -Amar el dinero es conocer y amar el hecho de que tal dinero representa la creación del mejor de vuestros poderes internos y es vuestro pasaporte para comerciar vuestro esfuerzo con el de los mejores de vuestros semejantes. La persona que vendería su alma por unos centavos suele ser la que proclama en voz alta su odio hacia el dinero; y hay que reconocer que tiene motivos para odiarlo. Los amantes del dinero se sienten deseosos de trabajar por él. Saben que están en condiciones de merecerlo.

7. Permitidme una indicación acerca de una clave que conduce al estudio del carácter humano: Quien maldice el dinero, es porque lo adquirió de manera deshonrosa. Quien lo respeta, se lo ha ganado por medios loables.

8. Huid de quien os diga que el dinero encarna al mal. Dicha frase es la campanilla que anuncia la proximidad de un saqueador, igual que en otros tiempos anunciaba la de un leproso. Mientras los hombres vivan en comunidad sobre la tierra y necesiten medios para tratar unos con otros, el único substituto, caso de abandonar el dinero, sería el cañón de un arma.

9. Pero el dinero exige de vosotros las más altas virtudes, si es que deseáis conseguirlo o conservarlo. Quienes carecen de valor, de orgullo o de estimación propia, los que no poseen el sentido moral acerca de su derecho al dinero y no desean defenderlo como si defendieran su propia vida, aquellos que parecen pedir perdón por ser ricos, no lo serán mucho tiempo. Constituyen un cebo natural para las bandadas de merodeadores que desde hace siglos se agazapan bajo rocas, saliendo al exterior en cuanto huelen a un hombre que ruega ser perdonado por el pecado de poseer riqueza. Se apresurarán a aliviarle de su culpa, y de su vida también, que es lo que merece.

10. Os encontráis entre los mayores logros de la mayor civilización productiva y os
preguntáis por qué ésta se derrumba a vuestro alrededor mientras maldecís lo que le da vida: el dinero.

11. Existió un tiempo en que los hombres creyeron que el «bien» era un concepto capaz de quedar definido por un código de valores morales, y que ningún hombre podía buscar el bienestar mediante la violación de los derechos ajenos. Si ahora se cree que mi prójimo puede sacrificarme en beneficio de lo que considera bueno, y aprovecharse de mis bienes simplemente porque los necesita… eso es lo que haría cualquier ladrón. Existe sólo una diferencia. El ladrón no pediría que aprobase su acto.

12. El hombre que se desprecia a sí mismo, trata de incrementar su propia estima en aventuras sexuales. Lo que resulta equivocado, porque el sexo no es causa sino efecto y expresión del sentido que cada cual tiene de su propio valor. (...) la elección sexual de un hombre es suma y resultado de sus convicciones fundamentales. Dígame lo que un hombre encuentra atractivo desde un punto de vista sexual y le revelaré toda su filosofía de la vida.

13. Quien se sienta orgullosamente seguro de su propio valor deseará a la mujer de carácter más elevado que pueda hallar; a la mujer que admira; a la más fuerte y difícil de conquistar, porque sólo la posesión de una heroína le dará un sentido de plenitud muy distinto a la posesión de una mujerzuela sin cerebro.

14. Observe el horrible conflicto que muchos hombres provocan en su vida sexual y observe también la maraña de contradicciones que esgrimen como filosofía moral; una cosa procede de otra. El amor es expresión de nuestros más altos valores y no puede ser otra cosa.

15.No puedo existir sin trabajo, ni tampoco trabajar como una sierva.

 16. No existe medio más seguro para destruir a un hombre que obligarle a un puesto en el que no sólo se siente deseo alguno de mejorar, sino que, por el contrario, día tras día se esfuerza en cumplir peor sus obligaciones.

17. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios de utilizar los perniciosos.

18. Si los hombres se hunden en alguna forma de locura, imposible de llevar a la práctica con buenos resultados, ni existiendo, además, razón que la explique, es porque tienen motivos que no quieren revelar.

 19. (…)Pero (los obreros) pensando conseguir beneficios de quienes estaban por encima de él, se olvidó de que había seres inferiores que también opinaban igual. Se olvidó de los inferiores que tratarían de explotarle del mismo modo que él pensaba explotar a sus superiores. El obrero encariñado con la idea de que sus necesidades le daban derecho a un automóvil como el de su jefe, olvidó que todo pordiosero y vagabundo de la tierra empezaría a clamar que las suyas le daban opción a un frigorífico. Ese fue nuestro motivo real cuando votamos.

20. (…) No existe ningún trabajo despreciable, tan sólo hombres despreciables a quienes no importa su tarea.

21. Somos libres unos de otros y, sin embargo, todos crecemos juntos. ¿Riqueza, Dagny? ¿Qué mayor riqueza que poseer la propia vida y emplearla en el crecimiento propio? Todo cuanto vive ha de crecer. No puede permanecer inmóvil. O crece, o muere.

22. Son las víctimas quienes hacen posible la injusticia. Son los hombres dotados de razón los que hacen posible que los brutos gobiernen el mundo.

23. Lo que ahora pretenden obligarnos a adorar es lo mismo que en otros tiempos quedó revestido con el carácter de dios o de rey: es la desnuda, torcida, insignificante figura del Incompetente humano. Tal es el ideal de nuestros días, el objetivo a alcanzar, el propósito por el que vivir. Y los hombres serán recompensados de acuerdo con su acercamiento a ello. Estamos en la edad del hombre común, nos dicen. Pero este título puede alcanzarlo cualquiera en la medida de aquello que nunca haya logrado conseguir. Ostentará un rango de nobleza, gracias a los esfuerzos que ha dejado de hacer; será honrado por virtudes que no ha ejercido y se le pagará por géneros que no produce.

24. Y aunque poseamos más elementos que nadie, seremos los que menos podamos hablar. Como dueños de una mejor capacidad para pensar, no se nos permitirá una idea propia.

25. Dotados de juicio para actuar, no se nos aceptará un acto de propia elección. Trabajaremos bajo directrices y controles promulgados por quienes son incapaces de producir nada.

26. Estamos en huelga contra el martirio y contra el código moral que nos lo exige. Estamos en huelga contra quienes creen que el hombre ha de existir sólo para beneficiar a otros. Estamos en huelga contra esa moralidad de caníbales, tanto si se practica de un modo material como espiritual.

27. —Hemos oído hablar mucho de huelgas —explicó —y acerca de la dependencia del hombre privilegiado respecto al hombre común. Hemos oído gritar que el industrial es un parásito, que los obreros lo mantienen, crean su riqueza y hacen posible su lujo. ¿Qué le sucedería si lo abandonaran? Muy bien. Propongo enseñar al mundo quién depende de quién, quién mantiene a quién, quién es la fuente de la riqueza, quién hace posible la vida de quién y qué le ocurre a un ser cuando otros lo abandonan.

28. Cuando los pensadores aceptan a quienes niegan la existencia del pensamiento, como compañeros de diferente escuela, son ellos los que laboran por la destrucción de la mente.

29. No existe conflicto ni necesidad de sacrificio y nadie constituye amenaza para los propósitos ajenos, siempre y cuando el hombre comprenda que la realidad es un absoluto que no puede disimularse, que la mentira no sirve de nada, que lo que no se gana no puede ser disfrutado, que lo que no se merece no puede ser dado a otro, que la destrucción de un valor existente no conferirá valor a aquello que no lo posee.

30. La opinión personal es el único lujo que nadie puede permitirse hoy.

31. Quienes otras veces gimieran: «No quiero destruir a los ricos; tan sólo deseo apoderarme de un poco de su sobrante, para ayudar al pobre. Sólo un poco; no se darán cuenta», más tarde proclamaban: «Los ricos pueden soportar ser estrujados. Ya amasaron suficiente para que les durase tres generaciones», luego gritaron: « ¿Por qué ha de sufrir el pueblo mientras los negociantes poseen reservas para un año?» Y ahora aullaban: « ¿Por qué hemos de morirnos de hambre mientras otros disponen de reservas para una semana?»

 32. (…)Se estaban comportando como los salvajes que devoran el cadáver de un adversario con la esperanza de conseguir su fuerza y su virtud.

 33. Había pensado que la producción industrial era un valor indiscutible, había creído que el interés de aquellos hombres por expropiar las fábricas de otro era consecuencia del reconocimiento de dicho valor. Como un ser producto de la revolución industrial, no había podido concebir, había olvidado junto con los cuentos de la astrología y la alquimia lo que aquellos hombres albergaban en sus almas secretas y furtivas; algo adquirido no gracias al pensamiento, sino por medio de ese estiércol sin nombre al que llamaban instintos y emociones, es decir, que mientras el hombre luche por mantenerse vivo, nunca producirá cosas de las que el hombre armado de un bastón no pueda apoderarse dejándole peor aún que antes. 

34. Siempre y cuando millones de seres estén dispuestos a la sumisión, cuanto más duro sea su trabajo y menor su ganancia, más humilde será la fibra de su espíritu. Quienes viven empujando palancas en un tablero eléctrico, no se dejan gobernar fácilmente, pero quienes viven de cavar la tierra con los dedos, sí.

35. Pensó en todas las especies vivientes que adiestran a sus crías en el arte de la supervivencia, en los gatos que enseñan a sus garitos a cazar, en los pájaros, que desarrollan tan estridente esfuerzo para mostrar cómo se vuela a sus pequeños. Sin embargo, el hombre, cuya herramienta de supervivencia es el cerebro, no sólo fracasa en enseñar al niño a que piense, sino que dedica la educación de éste al propósito de destruir su mente, de convencerle de que el pensamiento es inútil y malo, antes, incluso, de que haya empezado a pensar.

36. Tanto las primeras frases que se lanzan al niño como las últimas que escucha, vienen a ser una especie de sacudidas encaminadas a congelar su motor, a disminuir el poder de su conciencia. «No hagáis tantas preguntas. A los niños hay que verlos, pero no oírlos.» «¿ Quién eres tú para pensar? Esto es así porque lo digo yo.» «¡No discutas! ¡Obedece!» «No trates de entender. ¡Basta con que creas!» «No te rebeles. Adáptate.» «No te aísles. ¡Forma parte de nosotros!» «¡No luches! ¡Acepta la avenencia!» «¡Tu corazón tiene más importancia que tu mente!» «¿Quién eres tú para saber eso? Sólo tus padres lo saben.» «¿Quién eres tú para tener esas ideas? La sociedad es más lista que tú.» «¿Quién eres tú para saber? ¡Los burócratas lo saben todo!» «¿Quién eres tú para objetar? ¡Todos los valores son relativos!» «¿Quién eres tú para querer escapar a la bala de un canalla? ¡Eso es sólo un prejuicio personal!»

37. »Estamos en huelga contra la autoinmolación. Estamos en huelga contra el credo de las ganancias no merecidas y de los deberes no recompensados. Estamos en huelga contra el dogma de que el anhelo de la propia felicidad es un mal. Estamos en huelga contra la doctrina de que la vida es pura y simple culpa.

38. No habéis prestado oídos a concepto alguno de la moralidad, sino tan sólo al de lo místico y lo social. Se os ha dicho que la moralidad es un código de conducta impuesto sobre vosotros por capricho, el capricho de un poder sobrenatural o el capricho de la sociedad para servir los propósitos de Dios o el bienestar de vuestro prójimo, para complacer a una autoridad más allá de la tumba o al que vive en la puerta de al lado, pero no para servir vuestra vida o vuestro goce. Se os ha dicho que el placer hay que encontrarlo en la inmoralidad, que vuestros intereses quedarán servidos de un modo mejor por el mal y que cualquier código moral no ha de estar pensado para vosotros, sino contra vosotros, no para perpetuar la vida, sino para desangrarla.

39. Durante siglos la batalla de la moralidad fue librada entre quienes proclamaban que la vida pertenece a Dios y quienes decían que pertenece al prójimo, entre quienes predicaban que la bondad es el autosacrificio en favor de unos fantasmas celestes y quienes predicaban que el bien es el auto-sacrificio en favor de los incompetentes de la tierra. Pero nadie vino a decir que vuestra vida os pertenece y que el bien reside en vivirla.

40. La mente humana es la herramienta básica de la supervivencia. Se nos ha dado la vida, pero no dicha supervivencia. El hombre recibe un cuerpo, pero no el sustento para el mismo. Se le otorga una mente, pero no el contenido de la misma. Para vivir ha de actuar, pero antes de poder hacerlo debe saber la naturaleza y el propósito de su acción. No puede conseguir alimento sin conocimiento del mismo ni del modo de obtenerlo. No puede cavar una zanja ni construir un ciclotrón sin idea de su objetivo ni de los medios con que alcanzarlo. Para seguir viviendo ha de pensar.

41. La razón no trabaja automáticamente, el pensar no es proceso mecánico, los contactos de la lógica no se efectúan por instinto. Las funciones de vuestro estómago, pulmones o corazón, son automáticas; las de la mente, no. En cualquier hora y circunstancia de la vida sois libres de pensar o de evadir dicho esfuerzo, pero no podéis escapar a vuestra naturaleza, ni al hecho de que la razón es vuestro medio de supervivencia. Para vosotros, seres humanos, la cuestión «ser o no ser» es la cuestión «pensar o no pensar».

42. Sólo existe una alternativa fundamental en el universo: la existencia o la no-existencia, y ambas pertenecen a una sola clase de entidades: los organismos vivientes. La existencia de la materia inanimada es incondicional; la existencia de la vida, no: depende de un curso de acción específico.

43. »Una planta ha de alimentarse con el fin de vivir; la claridad solar, el agua, los elementos químicos que necesita, son los valores que su naturaleza persigue; su vida es la pauta de valores que dirige sus acciones. Pero una planta no tiene opción respecto a sus acciones; existen alternativas en las condiciones a que se enfrenta, pero no hay alternativa en sus funciones: actúa automáticamente para prolongar su vida y no puede actuar en su propia destrucción.

44. »Un animal posee elementos para sostener su vida; sus sentidos los aportan gracias a un código automático de acción: un conocimiento automático de lo que es bueno o malo para él. No tiene poder para extender dicho conocimiento ni evadirlo. En condiciones en que dicho conocimiento resulta inadecuado, el animal muere, pero mientras viva, actúa basándose en el mismo con seguridad automática y sin capacidad de elección. Es incapaz de ignorar lo que le es bueno e incapaz de elegir el mal y de actuar como destructor de sí mismo. 

45. »El hombre no posee un código automático de supervivencia. Lo que lo distingue sobre todo de las demás especies vivientes es la necesidad de actuar frente a alternativas por medio de una elección volitiva. No posee un conocimiento automático de lo que es bueno o malo para él, de qué valores depende su vida ni qué curso de acción requiere ésta. Parloteáis acerca del instinto de autoconservación, pero un instinto de autoconservación es precisamente lo que el hombre no posee. Un «instinto» es una forma infalible y automática de conocimiento. Un deseo no es instinto. El deseo de vivir no os da el conocimiento requerido para ello. E incluso el deseo humano de vivir no es automático; vuestro mal secreto actual reside en que tal es el deseo que no podéis retener. Vuestro temor a la muerte no es amor a la vida y no os dará el conocimiento necesario para conservarla. 

46. El hombre ha de obtener su conocimiento y elegir sus acciones por un proceso mental, que la naturaleza no le obliga a practicar. El hombre posee el poder para actuar como destructor de sí mismo, y tal es el modo en que ha actuado durante la mayor parte de la historia.

47. »Una entidad viviente que considerase maldad sus medios de supervivencia, no sobreviviría. Una planta que se esforzara en destrozar sus raíces, un pájaro que pretendiera romper sus alas, no seguirían mucho tiempo disfrutando de una existencia a la que se oponen; pero la historia del hombre ha sido una lucha para negar y destruir su propia mente.

48. »El hombre ha sido llamado ser racional, pero la racionalidad es asunto de elección, y la alternativa que su naturaleza le ofrece es ésta: ser racional o animal suicida. El hombre ha de ser hombre por elección, ha de conservar su vida como valor por elección, ha de aprender a sustentarse por elección, ha de descubrir los valores requeridos y practicar sus virtudes también por elección.

49. »Un código de valores aceptado por elección, es un código moral.

50. «Quienquiera que seáis quienes ahora me estáis escuchando, hablo a ese resto vivo que aún sigue sin corromper en vuestro interior, a ese resto de humanidad que es vuestra mente, y os digo: existe una moralidad de la razón, una moralidad adecuada al hombre, y la Vida Humana es su pauta de valores.

51. »Todo lo que resulta adecuado para la vida de un ser racional, es bueno; cuanto la destruye, es malo.

52. »La vida humana, tal como requiere su naturaleza, no es la vida de un bruto sin mente, de un ruñan saqueador o de un místico furtivo, sino la de un ser que piensa; no la vida vivida gracias a la fuerza o el fraude, sino la vida basada en sus propios logros; no una supervivencia a cualquier precio, puesto que sólo existe un precio adecuado a la supervivencia humana: la razón.

53. »La vida del hombre es la norma de toda moralidad, pero vuestra propia vida constituye su propósito. Si la existencia sobre la tierra representa vuestro objetivo, debéis elegir vuestras acciones y valores según la pauta de lo que es adecuado al hombre, con el propósito de conservar y disfrutar ese irreemplazable valor que es vuestra vida.

54. »Como la vida requiere un curso de acción específico, cualquier otro que sigáis la destruirá. Un ser que no considere su propia vida como motivo y meta de sus acciones, actúa basándose en la norma y el motivo de la muerte. Semejante ser es una monstruosidad metafísica, forcejeando para oponerse, negar y contradecir el hecho de su propia existencia; corriendo ciegamente como un loco por un camino de destrucción, incapaz de todo, excepto del dolor. 

55. »La felicidad es un estado triunfal; el dolor es un agente de la muerte. La felicidad es ese estado de consciencia que procede de la consecución de los propios valores. Una moralidad que se atreva a deciros que obtendréis la felicidad en la renunciación a vuestra dicha, que valoréis aquélla por el fracaso de vuestros valores, es una insolente negación de la moralidad. Una doctrina que os dé como ideal el papel de animales para el sacrificio, buscando la muerte en los altares de otros, os da la muerte como norma. Gracias a la realidad y de la naturaleza de la vida, el hombre —cada hombre —constituye un fin en sí mismo, existe por sí mismo y la consecución de su propia felicidad constituye su más alto propósito moral. 

56. »Pero ni la vida ni la felicidad pueden conseguirse persiguiendo caprichos irracionales. Del mismo modo que el hombre es libre para intentar sobrevivir de cualquier modo que sea, pero perecerá a menos que viva como su naturaleza requiere, también es libre de buscar su felicidad en cualquier fraude insensato; pero sólo hallará la tortura del fracaso, a menos que busque una dicha adecuada a él. El propósito de la moralidad consiste en enseñaros, no a sufrir y a morir, sino a disfrutar y a vivir.

57. «Apartad de vosotros a esos parásitos de las aulas subvencionadas, que viven gracias al provecho extraído a la mente de otros y proclaman que el hombre no necesita moralidad, ni valores, ni códigos de conducta. Ellos, que adoptan el papel de hombres de ciencia y proclaman que el hombre es sólo un animal, no le otorgan su inclusión en una existencia que han garantizado al más inferior de los insectos. Reconocen que toda especie viviente tiene un modo de sobrevivir, exigido por su naturaleza; no proclaman que un pez pueda vivir fuera del agua o que un perro sobreviva sin su sentido del olfato. Pero, según ellos, el hombre es el más completo de los seres vivientes y puede sobrevivir de cualquier modo; el hombre carece de identidad, de naturaleza, y no existe razón práctica por la que no pueda alentar, aunque sus medios de supervivencia hayan quedado destruidos, y su mente estrangulada y colocada a disposición de cualquier orden que ellas quieran establecer.

58. »No, no es preciso vivir si no queréis; éste es vuestro acto básico. Pero si elegís vivir, habéis de hacerlo como hombres, gracias al trabajo y al discurrir de vuestra mente.

59. «No, no es imprescindible vivir como un hombre; se trata de un acto de elección moral. Pero no podéis vivir según cualquier otra cosa, y la alternativa es ese estado de muerte viviente que ahora observáis en vuestro interior y a vuestro alrededor; el estado de algo inadecuado para la existencia, algo no humano y menos que animal; algo que sólo conoce el dolor y que se arrastra en el transcurso de los años en la agonía de una autodestrucción irreflexiva. 

60. « ¿Intentáis saber lo que ocurre de malo en el mundo? Todos los desastres que se han abatido sobre el mismo procedieron de la tentativa de vuestros jefes para evadir el hecho de que A es A. Todos los males secretos que habéis soportado, tienen como origen vuestra tentativa de eludir el hecho de que A es A. El propósito de quienes os ensenaron a evadirlo fue el de haceros olvidar que el Hombre es Hombre.

61. «El hombre sólo puede sobrevivir adquiriendo conocimiento, y la razón es su único medio de conseguirlo. La razón es la facultad que percibe, identifica, integra el material aportado por los sentidos. La tarea de los sentidos consiste en dar al hombre la evidencia de su existencia; pero la tarea identificadora pertenece a su razón; sus sentidos sólo le dicen que algo es, pero de qué se trata debe ser aprendido por la mente.

62. Llegar a una contradicción es confesar un error del propio pensamiento; mantener una contradicción es abdicar la propia mente y salirse del reino de la realidad.

63. Vuestra mente es vuestro único juez de la verdad, y si otros disienten de vuestro veredicto, la realidad constituirá el tribunal de apelación supremo.

64. «Vosotros que habláis de «instinto moral» como si se tratara de un don separado, opuesto a la razón, debéis saber que la razón humana es su facultad moral. Un proceso de razón es un proceso de constante elección, en respuesta a la pregunta: ¿Verdadero o falso? ¿Cierto o equivocado? ¿Está bien o mal plantar una semilla para que crezca? ¿Está bien o mal desinfectar una herida con el fin de salvar la vida a alguien? ¿Está bien o mal que la naturaleza de la electricidad atmosférica se vea convertida en fuerza dinámica? La respuesta a tales preguntas os da todo cuanto tenéis. Y tales respuestas proceden de la mente del hombre, una mente de intransigente devoción hacia lo que está bien.

65. »Lo que llamáis vuestra alma o espíritu es vuestra conciencia y lo que llamáis «libre voluntad» es la voluntad de vuestra mente para pensar o no, la única que poseéis, vuestra única libertad, la opción que controla todas las opciones realizadas por vosotros y determina vuestra vida y vuestro carácter.

66. »El pensar es la única virtud básica del hombre, de la que proceden todas las demás. Y su vicio básico. La fuente de todos sus males es ese acto innominado que todos practicáis, pero que os esforzáis en no admitir: el acto de ignorar; la voluntaria suspensión de la propia conciencia, la renuncia a pensar, no la ceguera, sino la negativa a ver; no la ignorancia, sino el no conocer. Es el acto de desenfocar vuestra mente e inducirla a escapar a la responsabilidad del juicio sobre la premisa no declarada de que una cosa no existirá con sólo rehusar identificarla; que A no será A en tanto no pronunciéis el veredicto de que «es». El no pensar es un acto de aniquilación, un deseo de negar la existencia, una tentativa para borrar la realidad. Pero la existencia existe y la realidad no puede ser borrada; simplemente borrará a quien intenta destruirla. Al rehusar afirmar «es» rehusáis decir «soy». Al suspender vuestro juicio, negáis vuestra persona. Cuando un hombre declara: « ¿Quién soy yo para saberlo?» Lo que declara es esto: « ¿Quién soy yo para vivir?»

67. «Ésta es, en cada hora y en cada circunstancia, vuestra elección moral básica: pensar o no pensar, existencia o no existencia, A o no A, entidad o nulidad.

68. »Mi moralidad, la moralidad de la razón, queda contenida en un simple axioma: la existencia existe, y en una simple elección: la de vivir. El resto proviene de ello. Para vivir, el hombre ha de considerar tres cosas como los valores supremos gobernantes de su vida: Razón, Propósito, Estima propia. La Razón como su única herramienta de conocimiento, el Propósito como su elección de la felicidad que con aquella herramienta ha de poder conseguir; la Estima propia como inviolable certidumbre de que su mente es competente para pensar y su persona digna de la felicidad, lo que significa digna de vivir. Estos tres valores implican todas las virtudes humanas y necesitan de ellas. Y todas sus virtudes pertenecen a la relación de existencia y conciencia: racionalidad, independencia, integridad, honestidad, justicia, productividad y orgullo. 

69. »La racionalidad es el conocimiento de que la existencia existe, de que nada puede alterar la verdad, ni nada ocupar la preeminencia sobre este acto de percibirla que es el pensamiento; que la mente representa el único juez de los valores y la única guía de acción, que la razón es un absoluto que no admite compromisos, que una concesión a lo irracional invalida la propia conciencia y cambia la tarea de percibir en la de desfigurar la realidad, que todo supuesto atajo hacia el conocimiento representa tan sólo un cortocircuito destructor de la mente, que la aceptación de una invención mística involucra un deseo de aniquilación de la existencia que, a su vez, aniquila la propia conciencia.

70. »La integridad es el reconocimiento de que no podéis desfigurar vuestra conciencia, del mismo modo que la honradez es el reconocimiento de que no podéis desfigurar la existencia; de que el hombre es un ente indivisible, una unidad integrada por dos atributos: materia y conciencia, y de que no puede permitirse ruptura alguna entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre vida y convicciones. Que, igual que un juez inflexible ante la opinión pública, no debe sacrificar sus convicciones a los deseos de los demás, aunque toda la humanidad le grite ruegos o amenazas. El valor y la confianza son necesidades prácticas: el valor constituye la forma de mantenerse fiel a la existencia, de mantenerse fiel a la verdad, y la confianza es la forma práctica de mantenerse fiel a la propia conciencia.

71. (…)La honradez no es un deber social ni un sacrificio en beneficio de nadie, sino la virtud más profundamente interesada que un hombre puede practicar: su renuncia a sacrificar la realidad de su propia existencia ante la engañosa conciencia de los demás.

72. »La justicia es el reconocimiento de que no podéis desfigurar el carácter del hombre, como no se puede desfigurar el carácter de la naturaleza; que debéis juzgar a todos los hombres tan conscientemente como juzgáis los objetos inanimados, con el mismo respeto a la verdad, con la misma incorruptible visión, por un proceso de identificación tan puro y racional como aquél; que cada hombre debe ser juzgado por lo que es y tratado en consecuencia; que del mismo modo que no pagáis por un pedazo de chatarra mohosa un precio más elevado que por un pedazo de metal pulido, tampoco hay que evaluar a un canalla por encima de un héroe; que vuestra apreciación moral es la moneda con que se paga a los hombres por sus virtudes o sus vicios y este pago exige de vosotros un honor tan escrupuloso como el que prestáis a las transacciones financieras; que no demostrar desprecio ante los vicios de los hombres, es un acto de falsificación moral, y no admirar sus virtudes, un acto de desfalco, asimismo moral; que situar cualquier preocupación por encima de la justicia, es devaluar vuestra moneda moral y defraudar al bueno en favor del malo, puesto que sólo el bueno puede perder por un desfalco de la justicia y sólo el malo aprovecharse de ella.  

73. Sólo como represalia puede usarse la fuerza, y sólo contra el hombre que inicie su uso.

74. »Buscáis escapar al dolor. Nosotros intentamos conseguir la felicidad. Existís tan sólo para evitar un castigo. Nosotros existimos para conseguir recompensas. Las amenazas no nos obligarán a actuar; el miedo no constituye nuestro incentivo. No pretendemos evitar la muerte, sino vivir la vida.

75. »No os ocultéis tras la cobarde evasión de que el hombre ha nacido con una voluntad libre, pero con una «tendencia» al mal. Una voluntad libre abrumada por una tendencia, viene a ser lo mismo que jugar con dados «cargados». Obliga al hombre a luchar mientras dure el juego, a soportar responsabilidades y a pagar por las mismas, pero la decisión queda afectada por una tendencia a la que no puede escapar. Si esta tendencia es elegida por sí mismo, no puede poseerla al nacer; en caso contrario, su voluntad no es libre.

76. » ¿Cuál es la naturaleza de la culpa que vuestros maestros consideran original? ¿Cuáles son los males en que incurre el hombre cuando se aparta de ese estado que ellos consideran perfecto? Según su mito, comió el fruto del árbol, adquirió una mente y convirtióse en ser racional. Conoció el bien y el mal. Adquirió un ser moral. Fue sentenciado a ganar el pan con su trabajo y convirtióse en ser productivo. Quedó sentenciado a experimentar deseo y adquirió la capacidad del disfrute sexual. Los males por los que le condenan, son la razón, la moralidad, el espíritu creador, el goce, es decir, todos los valores cardinales de su existencia. No son sus vicios los que el mito de la caída del hombre trata de explicar y condenar; no son sus errores los que se consideran culpa, sino la esencia de su naturaleza como hombre. Ese muñeco mecánico que existía sin mente, sin valores, sin trabajo, sin amor, podía ser cualquier cosa, pero no era un hombre.

77. »Han cortado al hombre en dos, colocando las mitades una contra otra. Le han enseñado que su cuerpo y su conciencia son dos enemigos empeñados en mortal conflicto, dos antagonistas de naturaleza opuesta, anhelos contradictorios e incompatibles necesidades; que beneficiar a uno es perjudicar al otro, que su alma pertenece a un reino sobrenatural, pero su cuerpo es una prisión maldita que le retiene esclavizado a la tierra, y que el bien consiste en derrotar al cuerpo, luego de años de paciente lucha, abriéndose camino hacia ese glorioso escape que conduce a la libertad de la tumba.

78. (…)»y conforme se arrastra a través de las ruinas, tratando ciegamente de encontrar un medio de vivir, vuestros maestros le ofrecen la ayuda de una moralidad que proclama que no hallará solución ni deberá buscar la plenitud en esta tierra. La existencia real, le dicen, es algo que no puede entender; la verdadera conciencia reside en la facultad de percibir lo no existente, y si se muestra incapaz de comprenderlo, ello es prueba de que su existencia es malvada y su conciencia impotente.

79. »Como productos de la escisión entre el alma y el cuerpo del hombre, han surgido dos clases de maestros defensores de la Moralidad de la Muerte: los místicos del espíritu y los místicos del músculo, a los que llamáis respectivamente espiritualistas y materialistas; aquellos que creen en la conciencia sin existencia y quienes creen en la existencia sin conciencia. Ambos exigen la sumisión de vuestra mente, los unos a las revelaciones, los otros a sus reflejos. Aunque proclamen en voz alta que son irreconciliables antagonistas, sus códigos morales resultan iguales y lo mismo sus propósitos: en la materia, el esclavizamiento del cuerpo humano; en el espíritu, la destrucción de la mente.

 80. »El bien, dicen los místicos del espíritu, reside en Dios, un ser cuya única definición es la de que se encuentra situado por encima del poder humano para comprender, definición que invalida la conciencia humana y anula su conceptos de la existencia. El bien, dicen los místicos del músculo, es la Sociedad, que explican como un organismo no poseedor de forma física, un ser superior, no encarnado en nadie en particular y en todos en general, excepto vosotros. La mente del hombre, aseguran los místicos del espíritu, debe quedar subordinada a la voluntad de Dios. La mente del hombre, dicen los místicos del músculo, debe subordinarse a la Sociedad. Las normas de valor del hombre, dicen los místicos del espíritu, se basan en complacer a Dios, cuyas leyes se encuentran muy por encima del poder humano de comprensión y deben ser aceptadas basándose en la fe. Las normas de valor del hombre, dicen los místicos del músculo, residen en el bien de la Sociedad, cuyos postulados se encuentran por encima del derecho humano a juzgar y deben ser obedecidos como algo fundamental y absoluto. El propósito de la vida humana, afirman ambos, es convertirse en un abyecto fantasma servidor de un propósito que no conoce, por razones que no debe poner en entredicho. Su recompensa, dicen los místicos del espíritu, le será otorgada más allá de la tumba. Su recompensa, declaran los místicos del músculo, le será dada en la tierra… a sus biznietos.

81. »El egoísmo, manifiestan ambos, constituye el mal del hombre. Su bien, afirman, consiste en desprenderse de deseos personales, en negarse a sí mismo, en renunciar al propio ser, en subordinarse, en negar la vida que vive. El sacrificio, exclaman ambos, es la esencia de la moralidad, la más alta virtud al alcance del hombre.

82. .»Si cambiáis un penique por un dólar, no es sacrificio, si cambiáis un dólar por un penique, lo es. Si conseguís el propósito que os habíais trazado luego de años de lucha, no es sacrificio; si renunciáis al mismo en favor de un rival, lo es. Si tenéis una botella de leche y la dais a vuestro niño hambriento, no es sacrificio; si la dais al del prójimo, dejando que el vuestro muera, lo es.

83. »Si dais dinero para ayudar a un amigo, no es sacrificio; si lo entregáis a un indigno desconocido, lo es. Si dais a vuestro amigo una suma que os sea fácil entregar, no es sacrificio; si le dais dinero a costa de vuestra propia incomodidad, será sólo una virtud relativa, según esa clase de evaluación moral; si le dais dinero a costa de un desastre total para vosotros, predicaréis la virtud total del sacrificio.

84. No es la muerte a secas la que se exhibe como ideal por la moral de sacrificio, sino la muerte por tortura lenta.

85. »Si deseáis salvar los restos de vuestra dignidad, no llaméis «sacrificio» a vuestras mejores acciones: dicho término os convierte en inmorales. Si una madre compra alimento para su niño hambriento, privándose de un sombrero para ella, no practica sacrificio alguno; simplemente evalúa al niño más que el sombrero; pero sí será sacrificio para una clase de madre cuyo más alto valor esté representado por el sombrero, una madre que preferiría ver morir a su niño, aunque lo alimenta impulsada tan sólo por un sentido del deber. Si un hombre muere luchando por su libertad, no es sacrificio, porque no quiere vivir como esclavo, pero sí es sacrificio para quien prefiriese vivir así. Si un hombre rehúsa vender sus convicciones, no hace ningún sacrificio, a menos de tratarse de un hombre desprovisto de las mismas.

86. »El sacrificio sólo sería adecuado para quienes nada tienen que sacrificar: ni valores, ni normas, ni juicio; para aquellos cuyos deseos son caprichos irracionales, concebidos ciegamente y sometidos sin resistencia. Mas para un hombre de estatura moral, cuyos deseos nacen de valores racionales, el sacrificio es la rendición de lo verdadero a lo falso, del bien al mal.

87. El hombre que ama a una mujer, pero duerme con otra; el hombre que admira el talento de un trabajador, pero contrata a otro distinto; el que considera justa una causa, pero entrega dinero en apoyo de otra; el que dotado de un alto nivel de destreza, dedica sus esfuerzos a la producción de objetos mediocres, ha renunciado a la materia; cree que los valores de su espíritu no pueden ser convertidos en realidad material.

88. » ¿Decís que es al espíritu a lo que tales hombres han renunciado? Sí. Desde luego. Porque no puede poseerse lo uno sin lo otro; sois una entidad indivisible de materia y conciencia. Renunciad a vuestra conciencia y os convertís en un bruto. Renunciad a vuestro cuerpo y os convertís en una falsedad. Renunciad al mundo material y os rendiréis al mal.

89. Quienes empiezan por afirmar: «Es egoísta perseguir sólo el propio deseo; debéis sacrificarlo a los deseos de otros», terminan por decir: «Es egoísta sostener convicciones; debéis sacrificarlas a las convicciones ajenas».

90. »Yo que no acepto lo que no he ganado, ni en valores ni en culpa, estoy aquí para formular las preguntas que evadisteis. ¿Por qué es moral servir la felicidad ajena y no la propia? Si el goce es un valor, ¿por qué es moral al experimentarlo otros e inmoral cuando lo experimentáis vosotros? Si la sensación de comerse un pastel es un valor, ¿por qué resulta inmoral la complacencia del estómago y en cambio habéis de considerar moral llenar el estómago de otros? ¿Por qué es inmoral para vosotros desear y moral el deseo ajeno? ¿Por qué es inmoral producir un valor y conservarlo, y moral entregarlo? Si no es moral para vosotros conservar un valor, ¿por qué es moral para otros aceptarlo? Si carecéis de egoísmos y sois virtuosos al darlo, ¿no serán egoístas y pecadores los que tomen? ¿Consiste la virtud en servir al vicio? ¿Es propósito moral de los buenos la autoinmolación en beneficio de los malos?

91. »Una moralidad que exhibe la necesidad como reclamación, sólo contiene el vacío, la no existencia, como norma de valor; recompensa una ausencia, un defecto: debilidad, ineptitud, incompetencia, sufrimiento, enfermedad, desgaste, defecto, tacha…, cero.

92.«Teméis al hombre que posee un dólar menos que vosotros porque ese dólar es suyo por derecho propio y os hace sentir como defraudadores morales. Odiáis a quien tiene un dólar más que vosotros porque ese dólar es vuestro, y os hace sentir moralmente defraudados. El que está por debajo es fuente de vuestra culpa; el que se encuentra arriba, fuente de frustración. No sabéis qué rendir ni qué exigir, cuándo dar y cuándo apoderaros de algo; qué placer de la vida os pertenece legalmente y cuál es una deuda todavía sin pagar. Os esforzáis en evadir como «teoría» el conocimiento de que, según la norma moral que habéis aceptado, sois culpables en cualquier momento de vuestra vida; no existe bocado de alimento que traguéis, que no constituya necesidad para cualquier otro ser de la tierra, y acabáis por abandonar el problema, presas de ciego resentimiento; concluís que la perfección moral no puede ser conseguida ni deseada, y chapotearéis de un lado a otro, aprovechando lo que podáis y evitando la mirada de los jóvenes que os miran cual si la propia estima fuera posible y esperasen observarla en vosotros. Tan sólo retenéis culpabilidad en vuestra alma y lo mismo obrará cualquier otro hombre que pase ante vosotros, evitando miraros. ¿Os asombra por qué vuestra moralidad no ha conseguido la hermandad en la tierra, ni la buena voluntad entre los hombres?

93. ¿¿Creéis que os están haciendo retroceder hacia la edad de las tinieblas? Os llevan a edades aún más tenebrosas que cualquiera de las conocidas por la historia. Su objetivo no es la era de la preciencia, sino la era del prelenguaje. Su propósito reside en privaros de todo concepto del que dependa la mente humana, su vida y su cultura: el concepto de una realidad objetiva.

94. Como revuelta contra los conocimientos sobrenaturales, proclaman que no es posible conocimiento alguno; como revuelta contra los enemigos de la ciencia, aseguran que la ciencia es superstición; como revuelta contra la esclavización de la mente, declaran que no hay mente.

 95. »¿Os preguntáis qué anda mal en el mundo? Estáis presenciando el momento culminante del credo de lo que no tiene causa y de lo que no ha sido ganado. Todas vuestras pandillas de místicos, tanto del espíritu como del músculo, combaten una con otra para ejercer el poder de gobernaros, gruñendo que el amor es la solución a todos los problemas de vuestro espíritu y un látigo la solución a todos los problemas de vuestro cuerpo; eso es lo que piensan de quienes habéis convenido en que no tenéis mente. Al otorgar al hombre una dignidad menor que la que otorgan al ganado, al ignorar lo que un adiestrador de animales podría contarles acerca de éstos, es decir, que a ninguno se le puede domar por el miedo, que un elefante torturado pisoteará a su atormentador, pero no accederá a trabajar para él ni a transportar sus fardos, esperan que el hombre continúe produciendo tubos electrónicos, aeroplanos supersónicos, máquinas desintegradoras de átomos y telescopios interestelares con su ración de carne como recompensa y un látigo descargado en sus espaldas como todo incentivo.

96. » No cometáis errores al juzgar el carácter de los místicos. El socavar vuestra conciencia ha sido siempre su único propósito a través de los siglos, mientras el poder, el poder de gobernaros por la fuerza, constituyó siempre su único deseo.

97. »Desde los ritos de los brujos de la selva, que deformaban la realidad convirtiéndola en grotescos absurdos para confundir la mente de sus víctimas y mantenerlas en perpetuo terror hacia lo sobrenatural durante estancados períodos que duraron siglos, hasta las doctrinas sobrenaturales de la Edad Media, que mantuvieron al hombre acurrucado en el suelo de barro de su choza, pensando, presa de miedo, que el diablo podía robarle la sopa que tardó, dieciocho horas de trabajo en conseguir, hasta el andrajoso y sonriente profesor que os asegura que el cerebro carece de capacidad para pensar, que no tenéis medios de percepción y que debéis obedecer ciegamente la voluntad omnipotente de esa fuerza sobrenatural que es la Sociedad, todos representaron idéntica comedia, con el mismo y único propósito: reduciros a una especie de pulpa que renuncia a la validez de su conciencia.

98. » Pero ello no puede lograrse sin vuestro consentimiento. Si permitís que se salgan con la suya os lo habréis merecido.

99. La fe en lo sobrenatural empieza como fe en la superioridad ajena.

100. (…)el afán de poder (de los místicos) es una hiedra que crece sólo en los lugares vacíos de una mente abandonada.

101. »La destrucción es el único fin que el credo del místico haya conseguido jamás, del mismo modo que continúa ocurriendo ahora, y aunque las calamidades derivadas de sus propios actos no les hayan hecho dudar de sus doctrinas, aunque declaren ser movidos por el amor, no se vuelven atrás ante los montones de cadáveres humanos, porque la verdad acerca de sus almas es peor aún que la obscena excusa que vosotros les habéis permitido: la excusa de que el fin justifica los medios y de que los horrores que practican son medios para un fin más noble. La verdad es que tales horrores son sus fines.

102. No quieren poseer vuestra fortuna, lo que quieren es que la perdáis; no desean triunfar, sino veros fracasar; no quieren vivir, sino morir; no desean nada; odian la existencia y continúan su camino tratando de no enterarse de que el objeto de su odio son ellos mismos.

103. Un inventor es un hombre que pregunta «¿por qué?» al universo y no permite que nada se interponga entre la respuesta y su mente. 

104. Preguntaos a cuántas conclusiones independientes habéis llegado en el curso, de vuestra vida y cuánto tiempo dedicasteis a realizar las acciones aprendidas de otros. Preguntaos si podríais descubrir cómo labrar la tierra y cultivar vuestro alimento; si seríais capaces de inventar una rueda, una palanca, un carrete de inducción, un generador o un tubo electrónico, y entonces decidid si los hombres de inteligencia son explotadores que viven de los frutos de vuestro trabajo y os roban la riqueza que producís, y pensad si os atreveréis a creeros en posesión del poder de esclavizarlos.

105. Cuando abogáis por la propiedad pública de los medios de producción, reclamáis la propiedad pública de la mente. He enseñado a mis huelguistas que la respuesta que merecéis es sólo ésta: «Intentad poseerla».

106. » Este ídolo de vuestro culto al cero, este símbolo de impotencia: la dependencia congénita, es vuestra imagen del hombre y vuestra norma de valores, a cuyo modelo os ceñís para dar nueva forma a vuestra alma. «¡(Es simplemente humano!», gritáis en defensa de cualquier depravación que alcance un estado de autoenvilecimiento, aplicando el concepto de «humanos» a los débiles, los insensatos, los corrompidos, los mentirosos, los fracasados, los cobardes, los fraudulentos, y eliminando de la raza humana al héroe, al pensador, al productor, al inventor, al fuerte, al persistente, al puro, como si «sentir» fuese humano, pero pensar no; como si fracasar fuese humano, pero no triunfar; como si fuera humana la corrupción, pero no la virtud; como si la premisa de muerte fuese adecuada al hombre, pero no la de vida.

107. Alabáis cualquier empresa que declare no perseguir provecho y condenáis a los hombres que logran los beneficios capaces de hacer posible la empresa en cuestión.

108. El «beneficio público» proviene de todo aquello que se entrega como limosna; comerciar es perjudicar al público. El «bienestar público» es el que disfrutan quienes no se lo han ganado; sus verdaderos autores no tienen derecho al mismo. Para vosotros «el público» es todo aquel que ha fracasado en conseguir una virtud o un valor; quien la consigue, quien aporta los materiales requeridos para la supervivencia, cesa de ser considerado como parte del público o como parte de la raza humana.

109. Esperáis que nos sintamos culpables de nuestras virtudes en presencia de vuestros vicios, heridas y fracasos; culpables de triunfar en la existencia, culpables de disfrutar la vida que vosotros maldecís y que aun así nos imploráis os ayudemos a vivir.

110. » ¿Queréis saber quién es John Galt? Soy el primer hombre de inteligencia que rehusó considerar dicha inteligencia como culpa. Soy el primer hombre que no accede a hacer penitencia por sus virtudes o permitir que éstas sean usadas como herramientas de mi propia destrucción. Soy el primer hombre que no sufrirá martirio a manos de quienes desean verme perecer por el privilegio de mantenerles la vida. Soy el primer hombre que les ha dicho que no les necesito, y hasta que aprendan a tratar conmigo como comerciantes, dando valor al valor, tendrán que existir sin mí, del mismo modo que yo existiré sin ellos; sólo entonces les haré saber de quién es la necesidad y de quién la inteligencia, y una vez la supervivencia humana se haya erigido en norma, los términos de quiénes serán los que tracen el camino para la supervivencia.

111. Vosotros, quienes proclamáis el deseo de elevaros sobre las toscas exigencias del cuerpo y sobre la tarea de servir simples necesidades físicas, considerad esto: ¿Quién está esclavizado por necesidades físicas? ¿El hindú que trabaja desde el amanecer a la puesta del sol empujando un arado primitivo para ganarse un cuenco de arroz, o el americano que conduce un tractor? ¿Quién es el conquistador de la realidad física? ¿El que duerme en un lecho de clavos, o el que se tiende sobre un colchón de muelles? ¿Qué constituye el monumento al triunfo del espíritu humano sobre la materia? ¿Las chozas roídas de insectos a orillas del Ganges o la silueta de los rascacielos de Nueva York sobre el Atlántico?

 112. Rechazáis vuestra herramienta de percepción, vuestra mente, y luego os quejáis de que el universo es un misterio. Descartáis vuestra llave y os quejáis de que todas las puertas permanezcan cerradas. Emprendéis la persecución de lo irracional y maldecís de la existencia por carecer de sentido.

 113. Un código que os prohíbe arrojar la primera piedra, os prohíbe también admitir la identidad de las piedras, o saber cuándo sois lapidados.

114. El hombre que rehúsa juzgar, que nunca está de acuerdo ni disiente; quien declara que no existen absolutos y cree que escapa a la responsabilidad, es responsable de toda la sangre que actualmente se derrama en el mundo.

 115. » Existen dos aspectos de todo asunto: uno bueno y el otro malo; pero el término medio siempre es malo. Quien sufre un error, aún retiene cierto respeto hacia la verdad, si no por otra cosa, por aceptar la responsabilidad de su elección. Pero el hombre situado en el centro es un bribón que elimina la verdad a fin de pretender que no existe elección de valores; es el mismo que contempla sentado el desarrollo de una batalla, deseoso de aprovecharse de la sangre del inocente o de arrastrarse ante el culpable; quien dispensa justicia condenando por igual al ladrón y al robado, quien soluciona conflictos disponiendo que el pensador y el imbécil se encuentren a mitad de camino. En todo compromiso entre aumento y veneno sólo vencerá la muerte. En todo compromiso entre bien y mal sólo este último saldrá beneficiado. En esa transfusión de sangre, que deja sin substancia al bueno para alimentar al malo, el amigo de los compromisos se constituye en tubo de goma transmisor de aquélla.

116. »Observad la persistencia en las mitologías humanas de la leyenda acerca de un paraíso que el hombre poseyó en otros tiempos, sea la ciudad de Atlántida, el jardín del Edén o cualquier otro reino de perfección. La raíz de esas leyendas reside no en el pasado de una raza, sino en el de todo hombre. Seguís conservando el sentimiento, no firme cual un recuerdo, sino difuso como el dolor de una añoranza perdida, de algo que existió en los años iniciales de vuestra niñez, antes de que aprendierais a someteros, a absorber el terror de la sinrazón y a dudar del valor de vuestra mente. Conocisteis entonces un período radiante de existencia; la libertad de una conciencia racional frente al universo abierto ante vosotros. Ése es el paraíso que perdisteis y que buscáis y que sólo vosotros mismos podéis recuperar.

 117. «Quienquiera que seáis, quienes en este momento os halláis a solas con mis palabras, sin nada más que vuestra propia honradez para ayudaros a asimilar lo que os digo, debéis comprender que la elección queda abierta para la raza humana, pero que el precio consiste en empezar desde el fondo, en permanecer desnudos frente a la realidad, e invirtiendo un costoso error histórico, declarar: «Soy, por lo tanto, pensaré».

118. »Aceptad el hecho irrevocable de que vuestra vida depende de vuestra mente. Admitid que el conjunto de vuestras luchas, gustos, disimulos y evasiones fue un desesperado deseo de escapar a la responsabilidad de una conciencia volitiva; una demanda de conocimiento automático, de acción instintiva, de certeza intuitiva. Lo llamasteis anhelo de perfección, pero no era en realidad más que un estado de animal. Aceptad como ideal moral la tarea de convertiros en hombres. 

119. »No digáis que sentís temor a confiar en vuestra mente porque sabéis tan poco. ¿Os halláis más seguros al apelar a los místicos y abandonar lo poco que conocéis? Vivid y actuad dentro de los límites de vuestro conocimiento y dejad que éste se amplié hasta los límites de vuestra vida. Redimid el hecho de que, aunque no seáis omniscientes, el representar el papel de fantasma no os dará omnisciencia; de que, aunque vuestra mente sea falible, el quedaros sin ella no os hará infalibles; de que un error cometido por uno mismo es más seguro que diez verdades aceptadas, porque los primeros os permiten corrección, pero los segundos destruirán vuestra capacidad para distinguir la verdad del error. En lugar de vuestro sueño de un automatismo omnisciente, aceptad el hecho de que cualquier conocimiento adquirido por el hombre sólo lo es gracias a su voluntad y su esfuerzo, y que ésa es su máxima distinción dentro del universo; ésa su naturaleza, su moralidad, su gloria.

120. «Descartad la ilimitada concesión al mal que consiste en proclamar que el hombre es imperfecto. ¿Basándoos en qué norma lo condenáis? Aceptad el hecho de que en el reino de la moralidad sólo la perfección obrará efectos adecuados. Pero la perfección no ha de ser calibrada por mandamientos místicos que inciten a practicar lo imposible y vuestra estatura moral no ha de ser medida por elementos no abiertos a vuestra elección. El hombre sólo tiene una opción básica: pensar o no pensar; ésa es la medida de su virtud. La perfección moral es una racionalidad inquebrantable; no el grado de vuestra inteligencia, sino el pleno y constante uso de vuestra mente; no la extensión de vuestros conocimientos, sino la aceptación de algo positivo.

 121. «Aceptad el hecho de que la consecución de vuestra dicha es el único propósito moral de vuestra vida, y que la felicidad, no el dolor o la necia autoindulgencia, es la prueba de vuestra integridad moral, por ser prueba y resultado de vuestra lealtad a la consecución de los propios valores. La dicha era la responsabilidad que teníais y que entrañaba esa clase de disciplina racional que no os considerabais lo suficiente aptos como para practicar.

 122. Desechad los harapos protectores de ese vicio que se llama virtud: la humildad. Aprended a evaluaros, lo que significa combatir por vuestra felicidad, y cuando estéis convencidos de que el orgullo es la suma de todas las virtudes, sabréis también vivir como hombres.

123. Los modernos místicos del músculo, que ofrecen la fraudulenta alternativa de los «derechos humanos» contra los «derechos de propiedad», como si una cosa pudiera existir sin la otra, realizan una postrera y grotesca tentativa para revivir la doctrina del alma contra el cuerpo. Tan sólo un fantasma puede existir sin propiedades materiales; sólo un esclavo puede trabajar sin derecho al producto de su esfuerzo. La doctrina de que los «derechos humanos» son superiores a los «derechos de propiedad» significa simplemente que algunos seres humanos poseen el derecho a conseguir propiedades valiéndose de los demás. Y como el competente nada puede ganar del inútil, ello significa el derecho de este último a poseer a sus mejores y a utilizarlos como ganado productor. Quien considera esto como humano y justo no tiene derecho al título de «humano».

 124. »La única misión adecuada de un gobierno es proteger los derechos humanos, lo que significa proteger al hombre de la violencia física. Un gobierno adecuado es sólo un policía que actúa como agente de la defensa humana, y como tal, sólo puede recurrir a la fuerza contra quienes empiecen a hacer uso de ella. Las únicas funciones propias de un gobierno son; la policía para protegeros de los criminales; el ejército para protegeros de los invasores extranjeros y los tribunales para* proteger vuestra propiedad y contratos de quebrantamientos por fraude, y arreglar disputas mediante reglas racionales y según una ley objetiva.

125. »En nombre de lo mejor que hay en vosotros, no sacrifiquéis este mundo a los peores. En nombre de los valores que os mantienen vivos, no permitáis que vuestra visión del hombre quede deformada por lo que hay de feo, de cobarde, de necio en quienes nunca consiguieron el título de tales. No perdáis la noción de que el estado adecuado del hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso vivo capaz de recorrer ilimitadas rutas. No permitáis que vuestro fuego se apague, chispazo a chispazo, en los pantanos de lo aproximado, lo no completo, lo no conseguido y lo definitivamente negativo. No permitáis que el héroe que lleváis en el alma perezca en solitaria frustración de la vida que merecéis, pero que nunca habéis conseguido alcanzar. Comprobad vuestra ruta y la naturaleza de vuestro combate. El mundo deseado puede ser conseguido: existe. Es real y posible: es vuestro.

126. »Pero para ganarlo se precisa una total dedicación y un total rompimiento con el mundo pasado, con la doctrina de que el hombre es un animal dispuesto al sacrificio, que sólo existe para el placer de otros. Luchad por el valor de vuestro ser. Luchad por la virtud de vuestro orgullo. Luchad por la esencia de lo que es el hombre: por su soberana mente racional. Luchad con la radiante certidumbre y la absoluta rectitud de saber que vuestra moralidad es la moralidad de la vida y que vuestra ha de ser también la batalla por el valor, la grandeza, la bondad y la alegría que hayan podido existir en la tierra. 

127. »Venceréis cuando estéis dispuestos a pronunciar el juramento que yo presté al principio de mi lucha. Para aquellos que quieran conocer el día de mi regreso, voy a repetirlo ahora, a fin de que lo escuche el mundo entero: »Juro por mi vida y por mi amor a ella, que jamás viviré por otro hombre, ni pediré a nadie su vida por mí.»

128. ¿Qué esperan? ¿Pruebas? Ya se las ha dado. ¿Hechos? Están rodeados de hechos. ¿Cuántos cadáveres piensan amontonar antes de su renuncia a las armas, al poderío, a los controles y al resto de su mísero credo altruista? Cedan de una vez, si quieren vivir. Retírense si es que aún queda algo en sus mentes capaz de desear que la vida humana se perpetúe sobre la tierra. 

129. Intentaban tentarle con lo que para ellos era el sueño de las más altas consecuciones de la vida: la insensata adulación, la realidad de sus enormes pretensiones, la aprobación sin normas, el tributo sin contenido, el honor sin causa, la admiración sin razones y el amor sin código de valores.

130. —Gracias, Hank —dijo. Rearden sonrió.

—Repetiré lo que me dijiste cuando te di las gracias en el curso de nuestra primera

entrevista: «Si comprendes que actué pensando sólo en mí, debes saber que no te es

precisa gratitud alguna».

—Repetiré —dijo Galt —la respuesta que tú me diste: «Por eso te doy las gracias».

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