El segundo libro que leo de Rodrigo Fluxá, me ha impactado
tanto como “Solos en la noche, los asesinos de Zamudio”. Esta es la clase de
periodismo honesto y profundo que hace falta, y que casi nunca vemos en
matinales, donde casos mediáticos como estos se prestan a variadas y casi
siempre equivocadas interpretaciones. A diferencia del libro de Zamudio, el
autor no hace un análisis tan profundo de la biografía de los protagonistas,
pero sí ahonda en la vida de cada uno de ellos tanto como puede. Y al ser este
un caso con un veredicto tan controversial, se detiene minuciosamente en cada
uno de los sucesos y detalles para que el lector pueda obtener sus propias
conclusiones.
Para quienes no conozcan sobre este mediático caso ocurrido
en la tranquila localidad de Puerto Varas, Chile, haré un resumen. El 29 de
junio de 2010, desaparece de su hogar Viviana Haeger, ama de casa de 42 años,
contadora, madre de 2 niñas de 7 y 14 años. Vivía en un acomodado sector y
aparentemente su vida era perfecta o al menos normal. El día de la
desaparición, su esposo, el empresario Jaime Anguita, fue a dejar a sus hijas
al colegio muy temprano y luego a trabajar, y a realizar algunas diligencias
bancarias. Viviana tenía que ir a buscar a la hija mayor Vivian, pero no
acudió. La niña dio aviso a su padre, quien paralelamente en el banco, había
recibido una llamada muy peculiar. “Si quieres volver a ver a tu señora...”,
“LLÁMAME”. Esto lo escuchó la ejecutiva del banco que atendía a Anguita, quién
cortó inmediatamente, restándole importancia suponiendo que era una de esas
llamadas “pitanzas” muy comunes de estafas telefónicas. Luego, al recibir el
aviso de Vivian, Anguita hizo “click” con la llamada anterior y no dudó un
segundo en acudir a poner una denuncia por el presunto secuestro de su esposa a
la comisaría más cercana. También acudió a la PDI. Todo esto antes de llegar a
su casa. Vivian volvió sola caminando, Puerto Varas es un lugar muy seguro. Al
llegar, encontró algo inusual: las llaves de la camioneta estacionada afuera de
la casa estaban sobre el asiento del conductor. Entro a la casa, llamó a su
mamá y nadie contestó, subió al segundo piso a la habitación matrimonial donde
se encontró las cosas de la cartera de Viviana Haeger sobre la cama,
desparramadas. Y la ausencia de una caja con objetos de valor que su madre
guardaba bajo la cama. Sin embargo, había muchas otras cosas de valor que no se
llevaron.
Lo más impactante de este caso y que lo vuelve único, casi
de película, es que, 42 días después de búsquedas, pistas, y datos confusos, el
cuerpo sin vida de Viviana aparece en su propia casa, en la buhardilla de la
habitación matrimonial que había sido inspeccionada antes por policías. (Al
parecer no tan bien). El cuerpo lo encontró Anguita, justo después de que
comenzara a sentirse cierto olor extraño en la casa, -que él no sentía- y antes
de que una perrita muy hábil inspeccionara los alrededores y la casa en busca
de pistas. Como si esto fuera poco, aparece en la escena un supuesto sicario
que dice ser el autor del crimen, proporcionando datos exactos que ni siquiera
las “minuciosas” pericias policíacas habían detectado. El sicario relató como
la dueña de casa se orinó en un choapino, mientras la asesinaba, asfixiándola
con una bolsa. Las posteriores pericias confirmaron lo dicho por el “sicario”. Lo
que descartaba la muy poco probable teoría de la policía de que el hombre solo
estuviera “echándose la culpa”. ¿Todos queremos ser autores de un crimen
cierto? Obviamente la opinión pública le creyó al sicario, todo apuntaba a
Anguita. Pero no se pudo confirmar el pago -incompleto- que recibió por el
asesinato. 2 millones de pesos, de los 5 que le habían prometido. Y el único
testigo de la llamada que el mismo sicario realizó ese día por encargo de
Anguita, el día del juicio -muchos años después- no pudo reconocerlo, a pesar
de haber dado antes características para un retrato hablado muy similar al de
José Pérez, “el sicario”. Esto favoreció a Anguita y le significó la absolución
total de los cargos. Dejándolo como inocente por falta de pruebas, y a la
familia de la víctima consternada por un fallo que no esperaban. Más allá de
los juicios éticos que podemos hacer en relación a los hechos, este caso da
cuenta del pobre actuar de la policía chilena en casos como este. ¿Cómo es
posible que no encontraran el cuerpo antes? ¿Por qué no encontraron la orina de
Viviana en el choapino antes de que el sicario se los dijera? ¿Por qué no
usaron perros policiales antes? Esta última pregunta se explicaría por la
aparente rivalidad que hay entre carabineros y PDI, por adjudicarse la
resolución de un crimen. Como si todas las grandes hazañas de la humanidad no
se consiguieran cooperando.
Podría extenderme en muchos más detalles, pero la idea es
que lean este libro, es una lectura muy interesante y que nos hace una
radiografía como sociedad, a la vez que entendemos que nada es fruto de la
casualidad o que todo tiene al menos, una explicación.
Punto aparte. Me encantaría saber si la señora Doralisa,
personaje real que aparece en la historia, -una señora que acostumbraba ir al
juzgado para escuchar los juicios- y que compensaba así su frustrado sueño de
ser abogada, efectivamente no volvió a pisar la sala de leyes, después de escuchar el
veredicto que absolvió a Anguita como prometió que haría si ese era el desenlace.
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